A medida que crecía, tenía una preocupación constante: mis brazos gorditos. Sentía la necesidad de llorar todo el tiempo por eso, y no solo mis brazos, también mis piernas que eran un poco más llenitas. Las bromas de otros niños me hacían sentir mal, y soñaba con ser como una Barbie que no era. Incluso, caí en la trampa de los desórdenes alimenticios, perdiendo peso pero sintiéndome triste por dentro.

La primera lección que aprendí fue que no se trata de buscar cambios externos, sino de transformarse desde adentro. Cuando veía a Madonna y anhelaba tener sus brazos tonificados, años después comprendí que no se trataba de imitarla físicamente, sino de entrenar mi mente primero y luego mi cuerpo. Aprendí a usar pesas, a desarrollar la técnica correcta y a trabajar en mi integridad como ser humano completo. Fue mágico.

La segunda lección que aprendí es que tu mejor versión, tanto por dentro como por fuera, depende de cómo piensas, cómo te alimentas, cómo te organizas, de la actividad física diaria y divertida, de aprender a calmar tu mente y, sobre todo, de enamorarte de ti mismo y de tu vida. No se trata de la anchura de tus brazos o piernas, sino de tus valores, tu integridad y la paz que eres capaz de encontrar dentro de ti y proyectar hacia afuera.

Entonces, ¿qué propongo para tu reflexión este fin de semana? ¿Qué podemos cambiar internamente para lograr los cambios que deseamos en el exterior? Puede ser entender que el deporte debe ser una parte diaria de nuestra vida, que mejorar nuestra alimentación es esencial, que nuestra actitud juega un papel fundamental en nuestro proceso de transformación o, simplemente, que empezar por aceptarnos y querernos es el verdadero punto de partida.

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